Los golpes en la cabeza, en términos médicos traumatismos craneoencefálicos, son daños cerebrales o de la bóveda craneal como consecuencia de un impacto directo, una rápida aceleración o desaceleración, un objeto penetrante o la onda expansiva de una explosión. La naturaleza, intensidad, dirección y duración de dichas fuerzas determinan el patrón y la extensión del daño. Por contextualizar su importancia, cabe señalar que representan la principal causa de morbimortalidad en adultos jóvenes menores de 40 años.
Este número tan alto de casos viene derivado por las causas que lo originan, como son los accidentes de tráfico, las caídas y otros siniestros relacionados con el deporte o las actividades de recreo. De hecho, se estima que para el año 2020 el daño cerebral postraumático sobrepasará a muchas patologías como la mayor causa de morbimortalidad, es decir, tanto de muerte como de enfermedad. En la actualidad, representa aproximadamente un tercio de los fallecimientos por traumatismos y está detrás de la mayoría de las discapacidades permanentes. Gran parte de estas lesiones en la cabeza son leves, pero las secuelas residuales son frecuentes. Son más comunes en adultos jóvenes varones, con una relación hombre/mujer de tres a uno. Esta predisposición masculina disminuye en la niñez y en la tercera edad, sin que existan diferencias significativas entre sexos para estos grupos. No obstante, tanto niños como ancianos son más vulnerables ante una situación de este tipo, por lo que sufren daños más graves.
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Diagnóstico y tratamiento
Cuando se habla de daño cerebral se tiene que diferenciar el primario del secundario. El primero provoca una deformación de los tejidos en el momento del golpe en la cabeza. Son lesiones dinámicas que evolucionan en el tiempo y que, por lo tanto, son susceptibles de tratamiento antes de convertirse en secundarias o irreversibles. De ahí la importancia de un diagnóstico precoz que permitirá instaurar terapias específicas para evitar el desarrollo de un daño cerebral permanente. La valoración de la gravedad se establece en función de la repercusión funcional de los mecanismos neurológicos que controlan la capacidad para hablar, la función motora y la movilidad ocular. Estos parámetros miden de forma indirecta el nivel de conciencia de una persona, siendo esta última el factor más relevante a la hora de establecer su alcance. En cuanto a las secuelas, dependiendo de en qué lugar anatómico del cerebro se origine el daño tendrá un tipo de repercusión neurológica u otra.
El tratamiento requiere de un manejo multidisciplinar que incluye la atención prehospitalaria, la asistencia en servicios de urgencias, intervenciones neuroquirúrgicas, rehabilitación, etc. En los casos de mayor gravedad, la recuperación de las funciones neurológicas es un proceso escalonado y dinámico, pero limitado, sobre todo por la incapacidad de una reorganización anatómica cerebral suficiente.
Especialista en Neurocirugía en IMQ