La artroscopia está cada vez más extendida en nuestro entorno, especialmente en las tres últimas décadas. A día de hoy, se puede considerar que entre un 25% y un 30% de las intervenciones se realizan mediante esta técnica. Su extensión ha sido posible gracias al aprendizaje adquirido por los propios cirujanos y al desarrollo de instrumentales específicos. Sus principales ventajas son la menor agresividad quirúrgica, con todo lo que ello conlleva de disminución del dolor postoperatorio, tiempo de recuperación y rehabilitación.
La artroscopia consiste en una intervención quirúrgica en el interior de las diferentes articulaciones a través de pequeñas incisiones llamadas portales. Por una de ellas se introduce una cámara para ver el interior de la cavidad que está conectada a un sistema de irrigación de suero para dilatar la articulación y trabajar de forma más cómoda. Por el resto de incisiones se insertan los diferentes instrumentos que se necesitan para llevar a cabo la operación. El cirujano y su equipo disponen de uno o varios monitores para visualizar las estructuras intraarticulares y efectuar la intervención prevista.
En función del tipo de articulación se requieren técnicas distintas. En el caso de las distales, es decir, las más lejanas al muslo o brazo, como son rodilla, tobillo, pie, codo, muñeca o mano, se pueden ejecutar en condiciones de isquemia o sin sangrado gracias a un manguito neumático que hace las funciones de un torniquete. De este modo, el cirujano puede operar con mayor comodidad y rapidez. En la cadera y el hombro, por el contrario, se utiliza una bomba de presión conectada al sistema de irrigación. Con ella, se controla la presión en el interior de la articulación, teniendo en cuenta la tensión arterial del paciente para reducir el sangrado.
Beneficios de la artroscopia
La ventaja fundamental de esta técnica es la disminución de la agresión quirúrgica a la que toda intervención somete al organismo. De ello se deriva una menor inflamación, menos pérdida de sangre y dolor postoperatorio, uso de medicación… Todos estos beneficios conducen a una más pronta recuperación del paciente, menor tiempo de estancia clínica y, por tanto, menor gasto sanitario. El proceso de rehabilitación también comenzará antes que si se utiliza la cirugía abierta convencional.
Pese a las grandes virtudes que esta técnica conlleva, se debe advertir que pueden existir complicaciones inherentes a la misma, como derrames articulares persistentes, lesión del cartílago por el mal uso de los instrumentos, persistencia o incremento de dolor en caso de patología degenerativa previa (artrosis), molestias en las cicatrices de los portales… Eso sí, el resto de posibles riesgos y secuelas, tales como infección, rigidez articular y lesiones vasculares o de nervios, van a ser considerablemente menores que en la cirugía tradicional.
Dr. Iñigo Martín Egaña
Especialista en Traumatología y Cirugía Ortopédica de IMQ