El envejecimiento es un proceso adaptativo a través del cual el individuo gestiona sus recursos personales, psicológicos y sociales. Existen numerosos factores biológicos, psicosociales y sociodemográficos que afectan en mayor o menor medida a la salud mental de las personas adultas mayores. Por este motivo, podemos afirmar que el colectivo de personas mayores es uno de los más vulnerables de nuestra sociedad.
Aparte de los procesos fisiológicos del envejecimiento o la concurrencia de enfermedades diversas, circunstancias como la muerte de un ser querido, la jubilación, la pérdida de autonomía, la discapacidad y la dependencia, contribuyen al desarrollo de problemas emocionales en esta fase de nuestra vida.
Esta acumulación de experiencias de etapas previas y el afrontamiento de desenlaces, que no por previsibles o conocidos, dejan de generar ansiedad o expectativas de duda, conflicto, pesimismo e incertidumbre, dificultan la gestión emocional, pudiendo desembocar en un trastorno del estado anímico.
Para establecer un diagnóstico adecuado es necesario tener en cuenta la historia clínica, la exploración psicopatológica (comienzo del trastorno, síntomas, relación con posibles desencadenantes, fluctuaciones, personalidad previa, antecedentes personales y familiares, consumos, etcétera), la exploración física, el estado mental de la persona mayor (alteraciones de la consciencia, memoria, inteligencia, humor y afecto, así como la percepción y nivel de autoestima) y las pruebas psicológicas (escalas de depresión).
Clínica habitual en el trastorno afectivo
- Quejas somáticas no explicadas por otras patologías médicas o desproporcionadas a la afectación que padece.
- Sentimientos de desesperanza.
- Ansiedad, inquietud e irritabilidad.
- Incapacidad para concentrarse.
- Disminución de la sensación de placer y anhedonia, siendo importante el diagnóstico diferencial con la apatía.
- Aislamiento social y disminución global del estado de ánimo.
Tratamiento
Además del tratamiento farmacológico, se proporciona soporte emocional a través de la empatía y escucha activa, mediante técnicas de psicoterapia, entre las que se pueden destacar:
- Interacción recíproca, analizando el conflicto básico.
- Reestructuración cognitiva, identificando y modificando los pensamientos automáticos irracionales y disfuncionales.
- Terapias conductuales, modificando la conducta mediante la reestructuración de pensamientos conscientes.
- Resolución de problemas, facilitando el aprendizaje de nuevas estrategias de afrontamiento.
- Terapias relacionales; dentro de las intervenciones es fundamental el apoyo social, identificando y movilizando a las personas del entorno.
- Técnicas de relajación; el propósito es lograr un estado mental opuesto a la ansiedad, a través de la relajación y visualización.
En el caso de que coexista un trastorno del área cognitiva, este reduce nuestro rendimiento y genera una dependencia funcional, abocando a la necesidad de cuidado por una tercera persona, que, en caso de no satisfacerse, empeoraría el trastorno afectivo, favoreciendo el riesgo de aislamiento social.
Cuando existe dificultad para trabajar la sintomatología afectiva por la existencia de un deterioro cognitivo, sobre todo en fases avanzadas, se adoptan técnicas como la musicoterapia, la validación, reminiscencia o el control del ambiente, promoviendo la participación en actividades que les resulten agradables o placenteras, tratando de optimizar su autonomía y control personal, así como sus sentimientos de autoeficacia hasta donde sea posible, con la consecución de pequeños objetivos a corto plazo.
Eneritz Aguirre
Psicóloga del centro sociosanitario IMQ Igurco Orue