La columna vertebral y las articulaciones concentran la mayor parte de los problemas ortopédicos y de huesos que se sufren en la infancia.
Por suerte, la mayoría de los menores no tiene que convivir con problemas de índole ortopédica que condicionen su vida, aunque a estas edades se pueden dar algunas cuestiones serias que, por su escasa incidencia, pasen inicialmente desapercibidas. De hecho, el porcentaje de pequeños diagnosticados con alguna patología de este tipo ha aumentado en los últimos años gracias a las revisiones de los pediatras, una especialización más selectiva del traumatólogo-ortopeda y unos medios diagnósticos más sofisticados.
El control de la enfermedad difiere según la edad. Hay una primera etapa que va desde el nacimiento hasta que los niños comienzan a andar donde lo más importante es descartar en cuello y espalda la escoliosis del lactante, tortícolis y malformaciones vertebrales. Por otro lado, también se debe vigilar si se queja al moverse o si existen parálisis o rigideces de las extremidades. Además, hay que revisar las caderas en busca de alguna luxación congénita, una patología muy seria cuyo tratamiento debe ser precoz.
La segunda etapa va desde que el menor empieza a andar hasta los 8-10 años. Es importante señalar que la marcha autónoma es una preocupación permanente en las familias.
Los motivos por los que se acude al especialista son variados: el niño/a se cae mucho, se tropieza con frecuencia, se cansa, mete los pies al caminar, etc. Aunque la mayoría de las veces son cuadros que van desapareciendo poco a poco, se deben evaluar para ver si se trata de patologías que precisarán tratamiento o seguimiento.
En esta etapa es frecuente encontrar desviaciones de la espalda y se pueden empezar a producir fracturas en extremidades y, de manera más excepcional, lesiones deportivas relacionadas con los tendones.
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Ojo con la cojera
El médico puede analizar también la forma de andar del niño por si éste cojeara, así como la estética de rodillas, piernas y pies. La cojera requiere una valoración siempre concienzuda por si la causa responde a trastornos neurológicos (secuelas de parálisis cerebrales que han podido pasar desapercibidas inicialmente), musculares (distrofia) o a problemas de huesos y articulaciones. En este último caso, los más frecuentes son las artritis de cadera y rodilla.
El uso de prótesis, férulas, corsés ortopédicos y plantillas puede estar indicado en determinadas patologías, pero no se debe martirizar a un niño con tratamientos innecesarios. Si bien es cierto que a veces la cirugía es la solución a algunos de los problemas, por suerte no es muy habitual en este tipo de trastornos.
Jose Luis Monasterio
Especialista en Traumatología y Cirugía Ortopédica en IMQ