Se estima que el 30% de la población puede sufrir ferropenia, la principal causa de anemia o concentración baja de hemoglobina en sangre. Los niños son especialmente susceptibles a este déficit debido a su rápido crecimiento y a que sus depósitos de hierro son escasos.
La frecuencia de la anemia ferropénica depende de varios factores, interviniendo tanto el metabolismo como la nutrición. Cada día, el organismo debe absorber 1 miligramo de hierro, pero de esta cantidad solo consigue realmente cerca de un 10% a través de la dieta, por lo que una nutrición óptima debería contener alrededor de 10 miligramos.
En el caso de los más pequeños, este aporte se obtiene fundamentalmente por la leche materna, que tiene de dos a tres veces más hierro que la de vaca. A su vez, como en los primeros años de vida la cantidad contenida en los alimentos es pequeña, resulta difícil realizar un aporte suficiente, por lo que la dieta debe incluir cereales y los niños que no toman pecho deben recibir leche enriquecida.
El bajo peso al nacer y las hemorragias en los recién nacidos también se asocian a esta carencia. De hecho, siempre hay que tener en cuenta la pérdida de sangre como posible causa de anemia. Por eso, la pubertad es otra época de riesgo, principalmente en las niñas, debido a la menstruación. Los adolescentes también son propensos a la falta de hierro a causa de las grandes necesidades ocasionadas por el estirón propio de la edad, a lo que se añade el que suelen hacer comidas inadecuadas. Por otro lado, padecer intolerancia a las proteínas de la leche de vaca, enfermedad celíaca o patologías inflamatorias intestinales puede derivar igualmente en una ferropenia.
Palidez y otros síntomas
El signo más importante de la falta de hierro es la palidez, pero hay que ser cautos pues no se trata de un indicador totalmente fiable. Otros síntomas muy típicos son el cansancio y la falta de apetito.
La anemia ha sido también asociada con déficit de aprendizaje en niños y con la disminución del rendimiento laboral en adultos. Puede producir, por otra parte, caída del cabello, alteraciones en las uñas, picores, cambios en la mucosa de la lengua, insomnio...
Para diagnosticarla, se realizan unos exámenes de laboratorio que deben incluir un hemograma, una concentración sérica de ferritina, que es una proteína que almacena este componente de la hemoglobina, y una determinación de los niveles séricos de hierro.
Una vez confirmada la patología, la administración de fármacos orales en forma de sales ferrosas simples ofrece unos resultados rápidos. Tan solo hay que tener en cuenta que un problema asociado es su sabor desagradable para los niños pequeños y que suele producir molestias gastrointestinales y pigmentación.
Médico de IMQ. Especialista en Pediatría dental.
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