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La siesta en niños: ¿por qué la dejan?

Las siesta en niños: ¿por qué la dejan?
Dr. Javier Marcos Hurtado
Pediatra en el Centro IMQ Colón

Muchos son los padres y madres que añoran las siestas de sus peques. Este sueño reporta momentos de tranquilidad más que merecida y , además, aporta a los niños y niñas múltiples beneficios. Sin embargo, su frecuencia e inclusos existencia va variando según la edad.

Grandes ventajas

Los beneficios están más que probados. La siesta facilita en los niños/as la recuperación física y psíquica, disminuye la tensión y el cansancio, mejora el humor y el rendimiento escolar. Dormir la siesta, de hecho, y en contra de los que muchas veces se piensa, ayuda a dormir por la noche (y proporciona a los padres periodos de calma para sus quehaceres). Por el contrario, dormir poco los primeros cuatro años multiplica el riesgo en el retraso del lenguaje.

Entonces, ¿por qué dejan de echarse la siesta?, ¿qué podemos hacer al respecto? Lamentablemente, no hay recetas universales para el horario del sueño: depende de la edad y de cada niño/a.

  • Los recién nacidos y los lactantes de pocos meses tienden a dormir y a despertarse a lo largo de las 24 horas del día, despertándose cada hora o cada tres para comer.
  • Sobre los cuatro meses su ritmo de sueño se hace más estable y duermen entre nueve y doce horas por la noche, con 2-3 siestas al día, entre 30 minutos y dos horas cada una.
  • Desde los 6 meses hasta el año suelen dormir 14 horas al día, con un par de siestas al día, mañana y tarde, de hasta 2-3 horas.
  • Entre 1 y 3 años duermen entre 12 y 14 horas, con una siesta entre las 2 y las 4 de la tarde, de 1 a 3 horas.
  • A partir de los 3-5 años suelen dejar la siesta y duermen entre 11 y 13 horas.
  • Entre los 5 y 12 años, duermen entre 10 y 11 horas diarias.

Es importante que tanto a la hora de la siesta como a la de dormir en general, los niños/as hasta el año de vida lo hagan boca arriba, para evitar lo que se conoce como la muerte súbita del lactante.

El no dormir la siesta, puede producir un aumento del llanto e irritabilidad, una conducta más impulsiva, mayor grado de ansiedad y depresión. Disminución en la capacidad e interés por el aprendizaje, y mayor prevalencia de terrores nocturnos.

La rutina es clave

Para evitar todo ello, y con el fin de conseguir que la siesta sea placentera y cumpla su propósito, debe de haber una rutina: misma hora, algo de luz diurna, ambiente tranquilo, con un horario entre las 2 y las 4 de la tarde, y fijarse en pistas como ponerse inquieto y frotarse los ojos, etc. Es importante acostar al niño cuando parezca tener sueño, no cuando se haya quedado dormido.

Durante la primera infancia y la etapa preescolar puede ser más difícil seguir esta rutina; pero no hay que permitir que se convierta en una batalla: no puede obligarse al niño/a a conciliar el sueño, pero hay que insistir en que necesita un tiempo de tranquilidad. Dejar que el niño lea un cuento o juegue tranquilamente en su habitación. Probablemente acabe dormido.

Cuando abandonan la siesta

Una vez dejan de echarse la siesta, cobra más importancia si cabe, que se vayan a la cama a una hora prudente teniendo en cuenta la hora a la que se levantan para ir al cole y ser conscientes de que la luz que producen los dispositivos electrónicos altera notablemente su ciclo del sueño, sobre todo por la noche, pudiendo afectar el ritmo biológico que es responsable de la secreción de sustancias hormonales: cortisona, melatonina, prolactina, hormona de crecimiento, etc.

Mantener buenos hábitos de sueño, establecer horarios regulares y evitar que los niños y niñas vean televisión o utilicen videojuegos antes de acostarse, tener fuera de su alcance teléfonos, tablets y otros aparatos que puedan afectar el proceso para conciliar el sueño, beneficiará notablemente su desarrollo.

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