Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor, éste se define como “una experiencia sensorial o emocional desagradable, asociada a daño tisular real o potencial o bien descrita en términos de tal daño”. El dolor es, por tanto, subjetivo y existe siempre que una persona sienta que algo le duele.
El 30% de la población refiere haber presentado dolor en días previos al ser preguntado, llegando esta cifra al 43% en personas mayores de 65 años, generalmente relacionado con patología musculoesquelética o de origen neuropático (herpes zóster, diabetes mellitus…).
El dolor tiene una repercusión significativa en la calidad de vida del paciente. Si se trata de un dolor crónico, se une frecuentemente a un sufrimiento psicológico con síntomas de ansiedad y depresión, que a su vez condicionan y aumentan la percepción dolorosa.
Evaluación del dolor en personas mayores
Para conseguir un óptimo abordaje del dolor, es precisa una adecuada evaluación; la anamnesis (los datos que se recogen del paciente para evaluar la situación) debe orientarse a establecer la temporalidad del dolor (agudo o crónico), la intensidad (se emplean escalas de cuantificación del dolor distintas según sean personas mayores sin o con deterioro cognitivo), su localización (superficial, visceral), sus características (descartar otras situaciones que pueden enmascarar un correcto diagnóstico), así como el estudio de factores desencadenantes.
Esta valoración debe ser completada con una exhaustiva valoración clínica (patologías que presenta la persona mayor, medicamentos que toma, exploración física), funcional (capacidad para su autocuidado), y psicosocial (sintomatología cognitiva y afectiva, aislamiento y red de apoyo social).
El dolor en personas mayores es una asignatura pendiente para los profesionales. La anamnesis puede estar dificultada por la situación cognitiva de algunos pacientes, así como por la tendencia a pensar que el dolor es un síntoma normal asociado al envejecimiento. Por ello, es necesario dejar al enfermo que se manifieste; y el lenguaje no verbal también se debe valorar, prestando atención a los gestos y muecas, sobre todo en aquellas personas con menor capacidad para expresar sus necesidades.
El objetivo principal del tratamiento del dolor es controlarlo con los mínimos efectos adversos asociados a fármacos, limitando la interferencia en la capacidad funcional y psicológica de la persona mayor y con aumento de la percepción de su calidad de vida.
Recomendaciones para tratar el dolor en personas mayores
Una vez establecido el diagnóstico, se deberá elegir el fármaco más adecuado a la intensidad y características del dolor, minimizando la interacción con los medicamentos que toma de manera crónica y evitando la duplicidad de fármacos del mismo grupo.
Es conveniente definir objetivos realistas para controlar el dolor, implicando al paciente y a su unidad familiar en el tratamiento, exponiendo posibles efectos adversos, o definiendo cuándo es preciso consultar nuevamente al facultativo para el ajuste de las dosis o la modificación terapéutica.
Se ha de atender no solo al dolor reconocido, sino considerar también la pérdida funcional, los síntomas anímicos, los cognitivo-conductuales (agitación, agresividad…), y sociales (no salir de casa, relaciones sociales escasas) como indicativos de dolor no expresado verbalmente.
El uso concomitante (tratamiento coadyuvante) de estrategias no farmacológicas tales como la crioterapia (aplicación de frío), termoterapia (aplicación de calor), ejercicio físico, masoterapia (masajes), estimulación eléctrica transcutánea (TENS), acupuntura o técnicas de relajación y visualización, puede potenciar el efecto analgésico de los fármacos.
Igualmente, es preciso valorar la necesidad de tratamiento farmacológico coadyuvante si existen otros síntomas asociados: insomnio, depresión, trastorno conductual en demencia, náuseas, estreñimiento secundario a fármacos, etcétera.