La búsqueda de técnicas efectivas para diagnosticar y tratar el dolor sigue siendo una asignatura pendiente para la medicina actual. Las causas por las que un dolor se cronifica no están del todo claras, aunque existen factores que lo favorecen como los fisiopatológicos (plasticidad del sistema nervioso), psicológicos y de conducta. En referencia al tiempo, se considera así a todo aquel que persiste por encima de los 3 meses, aunque algunos especialistas lo cifran en 6 meses. En todo caso, origina que la vida del paciente se resienta en el plano familiar, laboral y social.
Sin duda, se trata de un grave problema para la población ya que el dolor en general es la razón más frecuente de consulta médica en atención primaria en nuestro país, la primera causa de baja laboral definitiva y la segunda de incapacidad transitoria, después de la gripe. Según datos europeos, el dolor crónico no oncológico afecta al 20% de la población, siendo músculo-esquelético en la mitad de los casos.
El impacto en la calidad de vida de quien lo sufre es muy importante ya que origina unas tasas de depresión de en torno al 29%.
El dolor crónico puede considerarse como una enfermedad en sí misma que persiste independiente de la causa que lo origina. Resulta difícil discernir, a veces, si éste se debe a un control incompleto de la enfermedad de base, a otra causa no identificada o a mecanismos psicológicos que perpetúan la sensación dolorosa, aun cuando la lesión que provocó el dolor ha dejado de existir. En la actualidad, se ha desarrollado la idea de que se puede experimentar dolor sin que haya una lesión real, ya que se considera una experiencia desagradable que es codificada y memorizada por el individuo.
Tratamiento individualizado
Debido a su complejidad y a la inconstancia de resultados, el tratamiento de estas patologías es un importante reto terapéutico. Dada la gran disparidad de su origen no es de extrañar que se utilicen gran cantidad de fármacos para intentar paliar sus consecuencias o prevenir las complicaciones de los propios fármacos analgésicos. Entre otros, antiinflamatorios, opioides, corticoides, neurolépticos, anticonvulsivantes, antidepresivos y relajantes musculares, además de técnicas físicas como la fisioterapia, terapia ocupacional e infiltraciones con sustancias como la toxina botulínica.
Al respecto, matizar que la mayoría de los profesionales utilizan técnicas basadas exclusivamente en paliar el dolor físico, olvidándose de la parte psicológica. Sin embargo, en los casos crónicos severos es insuficiente. Así, el tratamiento ha de ser individualizado y multidisciplinar, se debe buscar el que mejor se adapte a sus síntomas. El primer paso es identificar el mecanismo del dolor para decidir el abordaje más adecuado, aunque es difícil encontrar un equilibrio entre eficacia y tolerancia, lo que en muchos casos se traduce en poco seguimiento del tratamiento y abandono del mismo.
El miedo a los opioides
Hoy por hoy, son los fármacos más potentes para el control del dolor. No obstante, en España el consumo de opioides mayores (derivados de la morfina) se sitúa en torno al 2%, a diferencia de otros países europeos en los que representa el 13%. La razón es el miedo exagerado a la utilización de estos fármacos, que se relacionan con estadios terminales de la vida, muerte, procesos oncológicos o aparición de adicciones, tanto por los pacientes como por muchos médicos. Este concepto se denomina opiofobia y se debe, fundamentalmente, al desconocimiento y falta de costumbre en su prescripción. Bien utilizados, los opioides ayudan de manera importante al control de determinados dolores. No es admisible dejar a un paciente con dolor por miedo a potenciales efectos adversos que pueden o no aparecer. Además, el riesgo de adicción en personas sin historia de abuso de drogas es muy pequeño, menor al 5%.
El dato
El 29% de los pacientes con dolor crónico desarrollan cuadros de depresión
Dr. Javier Duruelo. Médico de IMQ. Especialista en Reumatología