La relación entre el sistema inmune y el sistema nervioso es muy compleja, pero existe una conexión evidente entre ellos. De hecho, nuestra mente tiene tanta relevancia en nuestro estado de salud que en psicología se asocian tipos de personalidades con determinadas enfermedades. Por ejemplo, las personalidades tipo A (aquellas con un nivel alto de estrés y ansiedad), suelen padecer enfermedades cardíacas, mientras que las personalidades tipo C (poco asertivas, que reprimen sus sentimientos y tienden a la autocrítica) tienen mayor predisposición a la depresión y a enfermedades autoinmunes.
La relación entre estos procesos no está del todo definida aún, pero diversos estudios han hecho posible describir algunos efectos de nuestra personalidad en la respuesta inmunológica. Y en este aspecto, abordar la relación entre el estrés y el sistema inmune resulta primordial.
El estrés es una reacción fisiológica que tiene el cuerpo frente a un desafío o una demanda, preparándonos física y psicológicamente para enfrentarnos a un peligro o para huir de él. Es beneficioso si aparece de forma aguda (asociada al eustrés o estrés positivo), ya que nos ayuda a cumplir ciertos objetivos del día a día. El problema aparece cuando el estrés se prolonga durante un tiempo más extenso y adopta la forma del estrés crónico o estrés negativo, momento a partir del cual deja de ser adaptativo.
El cuerpo humano está programado para reaccionar ante situaciones de estrés puntual liberando adrenalina y cortisol, lo que nos permite reaccionar rápidamente y protegernos. Actualmente, las amenazas a la que nos enfrentamos ya no tienen nada que ver con los ataques de depredadores o tribus enemigas, sino que responden a una tensión concreta y determinada en el tiempo, como hablar en público o realizar una entrevista de trabajo.
Ambas sustancias, adrenalina y cortisol, pueden ayudar a afrontar de mejor manera estas situaciones de estrés agudo, pero también pueden ser muy perjudiciales si son liberadas de forma permanente.
La adrenalina es la hormona encargada de activarnos y ponernos alerta en situaciones de tensión. La liberación de adrenalina, más relacionada con el estrés agudo, provoca un aumento de la frecuencia cardíaca y de la broncodilatación. El sistema simpático se dispara, provocando una movilización de todas las reservas energéticas a los músculos, el aumento de la concentración o una parada de las secreciones intestinales y su peristaltismo.
Por su parte, el cortisol es una hormona que actúa aumentando los niveles de azúcar en sangre, mejorando el uso de la glucosa y la reparación de los tejidos. La liberación del cortisol se da en el estrés crónico, y además del aumento de la glucemia en sangre, también se traduce en una movilización rápida de grasas y aminoácidos con fines energéticos, el aumento de la eliminación renal del agua y la inhibición de la respuesta inmunitaria.
Al sentir estrés crónico, nuestro cuerpo presenta ciertos cambios. Algunos de los más comunes son los siguientes:
Durante los últimos años, expertos en el campo de la psiconeuroinmunología han reafirmado la influencia recíproca entre el sistema inmune, el sistema nervioso y el sistema endocrino. No obstante, la forma en que el estrés afecta al sistema inmunitario depende del tipo de estrés del que estemos hablando.
El estrés psicológico crónico disminuye el número de células B (que producen anticuerpos) y también la actividad de las células NK o Natural Killer. Ambas tienen una función primordial en la defensa del organismo ante infecciones bacterianas, virales y micóticas.
El problema radica en que frente a situaciones amenazantes, esta función puede afectarse por la liberación exagerada y sostenida de adrenalina y cortisol. Algunos de los principales efectos derivados de este hecho en el sistema inmune son:
Estar expuestos durante mucho tiempo a situaciones permanentes de tensión puede aumentar la posibilidad de padecer ciertas patologías. Si nos encontramos ante una situación de estrés crónico, es necesario que nos preguntemos qué podemos hacer para reducirlo y prevenir sus complicaciones. La terapia psicológica, la meditación, llevar una alimentación saludable o realizar ejercicio físico de forma regular son hábitos que pueden ayudarnos a controlar los síntomas y a disminuir nuestro estado ansioso.