El llamado coloquialmente mal de montaña o mal de altura es la falta de adaptación del organismo a la falta de oxígeno (hipoxia) de la altitud. Es un error muy común pensar que la cantidad o concentración de oxígeno atmosférico disminuye con la altitud. En realidad la concentración de oxígeno es siempre la misma (aproximadamente 21%) independientemente de la altitud. Lo que ocurre es que, a medida que ascendemos, se produce una disminución progresiva de la presión atmosférica y también de la presión parcial de oxígeno en el aire que inspiramos.
De un tiempo a esta parte, los equipos de montaña han experimentado una gran mejoría y las y los montañeros cada vez están mejor preparados. Existen más rutas para subir a los montes más complicados, aunque en la alta montaña sigue habiendo un alto índice de siniestros en las subidas. Según los estudios, la principal causa de muerte en alta montaña no son las heridas ni el agotamiento, sino las patologías derivadas de la altitud, especialmente los edemas cerebral y pulmonar.
La incidencia del mal de altura varía mucho de una persona a otra porque algunas soportan mejor que otras las ascensiones rápidas. Aparece a partir de las 6 o 10 horas, es más frecuente en menores de cincuenta años y en sujetos que residen habitualmente a menos de 900 m de altitud. El estado de forma o la preparación física –por excelentes que sean, no lo previenen– ya que puede afectar incluso a los atletas más experimentados.
Se sabe que la susceptibilidad a padecer mal de altura es inversamente proporcional a la edad del sujeto, probablemente debido a la madurez del sistema nervioso. Tampoco se recomienda el empleo de fármacos para prevenirlo, sino adaptarse progresivamente a la hipoxia de altitud mediante un proceso de aclimatación.
Otros factores que influyen en la aparición de mal altura son la velocidad de ascenso (cuanto más rápida, mayores son las probabilidades de aparición), la duración de la estancia a una altura determinada y el ejercicio a gran altura. Además, es muy importante tener en cuenta que, a pesar de seguir escrupulosamente un calendario de aclimatación, el mal de altura puede presentarse en cualquier momento.
Síntomas del mal de altura
El mal de montaña puede empezar a sentirse a partir de los 2.500-3.000 metros por encima del nivel del mar. Cabe señalar que muchas estaciones de esquí se encuentran a estas alturas y que en personas sensibles puede aparecer incluso a menor altitud. Los síntomas más leves son la dificultad para dormir, mareo o sensación de vértigo, fatiga, dolor de cabeza, inapetencia, náuseas o vómitos, taquicardias y dificultad respiratoria.
A efectos prácticos (en la montaña, por encima de los 2.500 m), la aparición de cualquiera de los síntomas descritos que no puedan explicarse por otra razones debe considerarse como mal de altura. Hay que dejar de ascender y, si los síntomas no mejoran, bajar para perder altitud lo antes posible al menos hasta la cota donde no se presentaban síntomas.
En cuanto a los síntomas severos se engloba la coloración azulada de la piel (cianosis), rigidez o congestión pectoral, confusión, tos, disminución del estado de conciencia, palidez, incapacidad absoluta para caminar y dificultad respiratoria. En caso de no poner solución evolucionará a complicaciones más severas por lo que se debe poner tratamiento con urgencia.
Cómo actuar ante el mal de altura
La primera norma que debe aplicarse ante cualquier problema derivado de la altura, es el descenso a cotas inferiores. La segunda medida es administrar oxígeno a través de mascarilla. La práctica de estas dos elementales medidas es más que suficiente para solucionar gran parte de los casos. De no resolverse, no deben utilizarse medidas de uso estrictamente reservado al personal médico por ser su mala o incorrecta utilización potencialmente peligrosas, e incluso mortales.
Consejos para evitar el mal de altura
La mejor recomendación es realizar un ascenso gradual. Lo primero y más importante es subir relativamente despacio, realizando periodos adecuados de aclimatación de 2 a 3 días a una altura determinada (empezando desde los 2.000 m). Son aconsejables los siguientes ritmos de ascenso: hasta los 5.000 metros ascender un promedio de 340-400 metros como máximo, a partir de los 5.000 m y hasta los 6.000 m, ascender 250 metros por día; y por encima de los 6.000 m, ascender un máximo de 150-200 m por día.
Descansar e hidratación
En caso de aparecer problemas, es fundamental descender a una cota inferior a la que estaba aclimatado y descansar durante 24 o 48 horas antes de reanudar el ascenso. Si los síntomas son graves, iniciar el descenso inmediatamente, siempre acompañado. En estas situaciones hay que beber mucho líquido (al menos 3 o 4 litros diarios), evitar beber alcohol y seguir una dieta hiperglucídica, rica en azúcares e hidratos de carbono.
Perfiles con riesgo
Tienen más riesgo aquellas personas con enfermedades cardiacas y pulmonares aunque éstas hayan sido tratadas con éxito. Mujeres embarazadas, niños, personas con hipertensión arterial, tendencia a la apnea durante el sueño y aquéllas que han tenido mal de altura con anterioridad.
El reconocimiento previo es vital
A pesar de que el mal de altura no depende de la forma física de la persona y puede afectar incluso a los atletas más experimentados, lo que sí es cierto es que, como en cualquier otro deportista, un exhaustivo reconocimiento médico-deportivo nos servirá para detectar una serie de patologías que predisponen y aumentan la gravedad del mal de altura. Entre ellas destacan enfermedades cardiacas y pulmonares crónicas como angina de pecho, bronquitis crónica, enfisema, y algunas personas con asma grave, anemia, incluida la anemia drepanocítica (bajo contenido de hemoglobina en sangre).
También trastornos de coagulación sanguínea sin tratamiento o aquellos pacientes con un historial de trombosis (coágulos). Este reconocimiento nos indicará a su vez cómo debemos actuar, qué medidas a tener en cuenta en cuanto a preparación y alimentación y consejos para el entrenamiento y para la práctica deportiva en general.
Dr. Pablo Aranda
Responsable de la Unidad de Medicina Deportiva de IMQ Zorrotzaurre
En IMQ contamos con una Unidad de Medicina Deportiva para facilitarte un asesoramiento personalizado sobre el estado de tu salud para la práctica de deporte y un asesoramiento sobre lesiones y patologías. Entre los servicios que te ofrecemos hay una amplia gama de reconocimientos médico deportivos diseñados para deportistas profesionales o aficionados/as, para que elijas el que necesitas en tu caso: de aptitud, de competición, de élite y de seguimiento.